3 dic 2010

Gris Soledad

Los días grises siempre habían tenido una magia en mi vida; tal vez porque todo lo que debería ser olvidado pero, irónicamente, por eso mismo, deberían ser tatuados en recuerdos, todos ellos ocurrían en días grises. Nunca entendí porque me veo obligada a repetir la misma secuencia, sombría y con un fondo musical deplorable; yo estoy perpendicular a mi sombra y esta se desdibuja con sutileza, con femineidad, esas cosas que yo nunca experimenté, pero que pensaba verlas cuando mi sombra se difuminaba con el asfalto; el cielo se torna gris, un gris mate, con ligeras variaciones en su color y sin una sospecha de luz, aunque eso, sinceramente, no me importa, yo lo prefería así frívolo e indiferente; y por último, llega ese sentimiento, esa certeza de que yo y la soledad somos amigas íntimas, casi como hermanas.

Lo triste de todo esto no es la enumeración de actos sin sentidos, ni la soledad que me invade de la nada. Lo triste es, que luego de ser quemada por dentro, la soledad cicatriza lo poco que queda, y no se va. Ella se queda.



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